Antes de colgar las zapatillas de punta y dedicarse por completo a la gestión cultural en Londres, Javier Torres hizo carrera como primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba, junto a maestras como Alicia Alonso, Loipa Araujo, Josefina Méndez o Aurora Bosch.
En 2010, dio un salto de gigante hasta el Northern Ballet de Inglaterra, también como primerísima figura, hasta su retiro reciente de los escenarios.
Hoy dirige en Londres la Fundación Acosta, creada en 2011 por el también célebre bailarín cubano Carlos Acosta. Allí supervisa estrategias artísticas y educativas para promover la educación y el conocimiento de las artes, especialmente el ballet, el drama y la música.
Además de su experiencia como gestor cultural, Javier Torres es productor, representante de artistas y fundador y director ejecutivo de We Dance Agency, una organización para bailarines y coreógrafos de primer nivel.
Como investigador académico, ha realizado estudios en el ámbito del liderazgo en compañías de danza y es experto en Diplomacia Cultural, Relaciones Internacionales y Gobernanza Global.
Además es miembro de la Royal Society of Arts del Reino Unido y del Consejo Internacional de Danza de la UNESCO.
En Estados Unidos, ¿los hispanos están subrepresentados en la danza?
Aunque la presencia de bailarines hispanos en compañías estadounidenses es notable, la representación de la identidad hispana en el repertorio dancístico aún es limitada. Es crucial que las instituciones incorporen más obras de coreógrafos latinos e hispanos, reconociendo su talento y perspectiva única.
Esto no solo enriquecería el repertorio, sino que también reflejaría la diversidad cultural de la sociedad. Es fundamental que organizaciones dancísticas, como la que dirijo, cuenten con una identidad latina sólida, para que el público no solo vea bailarines hispanos, sino que también se sienta reflejado en las historias que se cuentan sobre el escenario.
No basta con que los bailarines latinos sean reconocidos por su destreza técnica o su pasión arrolladora; necesitamos espacios donde nuestra herencia cultural sea parte integral de la narrativa artística.
Los hispanos tenemos una gran responsabilidad en alimentar esta identidad en todo lo que hacemos. En la danza, especialmente, donde las influencias de la tradición americana son predominantes en casi todas las compañías, es vital que no perdamos de vista nuestras raíces. La danza hispana tiene una riqueza expresiva que va más allá del virtuosismo técnico: está impregnada de historia, de una conexión profunda con la música y con el sentir popular. Si no nos ocupamos de mantener viva nuestra esencia en los escenarios, corremos el riesgo de diluirnos en un molde preexistente que no nos representa del todo.

Los bailarines hispanos tienen que ser más que intérpretes de un repertorio establecido; deben convertirse en embajadores de una identidad que sigue en constante evolución. La representación auténtica en la danza no es solo un acto de justicia cultural, sino una forma de preservar nuestra herencia para las futuras generaciones.
¿Qué pueden aportar especialmente los hispanos a la danza en Estados Unidos?
La identidad es, sin duda, el aporte más significativo. Cada país hispano posee una rica tradición dancística que, al integrarse en el panorama estadounidense, enriquece y diversifica la escena artística. Esta sólida identidad cultural es esencial para crear una danza sostenible e innovadora, y los hispanos la aportan de manera natural, fortaleciendo el tejido artístico del país.
Incluso, cuando un bailarín latino interpreta un rol dentro de una compañía clásica americana, su herencia cultural puede enriquecer el personaje de maneras profundas. No se trata solo de pasos o de técnica, sino de una manera de sentir y vivir la danza. La musicalidad, el fraseo del movimiento, la conexión con el ritmo, la forma en que el cuerpo se expresa… todo esto viene de nuestras raíces y puede dar una dimensión completamente nueva a un personaje.
Pienso en bailarines como Carlos Acosta, quien con su fuerza y expresividad dio un nuevo carácter a roles icónicos del repertorio clásico. No solo interpretó, sino que aportó su identidad, su historia, su manera de entender el movimiento. Esto es lo que los bailarines hispanos pueden hacer en cualquier compañía: imprimir un sello distintivo que haga que un papel se sienta más real, más cercano, más humano.
La danza clásica no tiene por qué ser rígida ni uniforme; al contrario, se enriquece cuando incorpora la diversidad de quienes la interpretan.
El reto está en que las compañías y los coreógrafos permitan esta libertad interpretativa y no busquen encasillar a los bailarines hispanos en roles predefinidos. No somos solo los apasionados, los fogosos, los que bailan con energía desbordante. Somos versátiles, somos técnicos, somos artistas capaces de transmitir profundidad y matices, y es hora de que eso se vea reflejado en los escenarios.
¿Ahora mismo es posible hacer diplomacia cultural desde la danza hispanoamericana?
La danza hispanoamericana continúa siendo una herramienta poderosa de diplomacia cultural, actuando como un puente que facilita la cooperación y el entendimiento entre naciones. Al promover la cohesión social, estas expresiones artísticas integran diversas comunidades en una sola celebración de cultura y tradición, fortaleciendo los lazos internacionales y fomentando la paz.
Pero la diplomacia cultural a través de la danza va más allá de colaboraciones institucionales o de la idea de “representar” a un país en un escenario internacional. Es, en realidad, una responsabilidad que tenemos todos los que hacemos parte de este arte. No basta con el intercambio entre compañías o con la difusión de nuestras tradiciones; la verdadera diplomacia cultural radica en la relevancia de lo que hacemos artísticamente y en cómo nuestra comunidad se siente identificada con ello.
Si la comunidad latina no se ve reflejada en los escenarios, si no siente un sentido de pertenencia con lo que ve, entonces la danza deja de cumplir su papel como puente cultural. Por eso, la diplomacia danzaría no es solo un proceso de exportación de nuestro arte, sino también un proceso de diálogo. Las compañías deben comprometerse con lo que necesita la comunidad, y la comunidad, a su vez, debe nutrir y apoyar a las compañías que trabajan por una representación auténtica. Solo cuando ambas partes se entrelazan de manera significativa, la diplomacia cultural a través de la danza alcanza su verdadero propósito.
¿Cómo se ve el mundo del ballet después de haber sido primer bailarín en Cuba y Reino Unido?
Tras mi experiencia como primer bailarín en Cuba y el Reino Unido, percibo el mundo del ballet desde una perspectiva más amplia. La globalización y la tecnología han conectado a los bailarines de maneras inéditas, lo que presenta desafíos y oportunidades para la evolución de este arte. Mi experiencia me permite abordar estos dilemas y contribuir al desarrollo de las nuevas generaciones en la danza.
Hoy, el mundo del ballet está más conectado que nunca, especialmente después de la pandemia. Sin embargo, paradójicamente, siento que la danza también se ha vuelto más cerrada y cuadrada en algunos aspectos. Existen más plataformas para compartir el arte, pero al mismo tiempo, la industria sigue anclada en barreras estéticas y culturales que limitan la verdadera inclusión.
Las adversidades culturales dentro del ballet siguen siendo un tema delicado. A pesar de que hay avances en la representación de bailarines de diferentes orígenes, todavía existe un ideal estético muy arraigado que deja fuera a muchos artistas con talento. En mi carrera, he visto cómo bailarines extraordinarios han sido pasados por alto simplemente porque no encajan en una imagen preestablecida de lo que debe ser un bailarín clásico.
El ballet tiene que evolucionar para ser más representativo de la sociedad actual. No puede seguir siendo un arte reservado para un solo tipo de bailarín o para una única visión estética. La riqueza del ballet está en su capacidad de adaptarse, de absorber influencias, de reinventarse sin perder su esencia. Y eso es precisamente lo que los bailarines hispanos pueden aportar: una forma de moverse, de interpretar y de contar historias que le dé una nueva vida a esta tradición centenaria.
¿Qué aprendiste de los británicos?
De los británicos aprendí la elegancia y el porte, así como la habilidad de comunicar incluso un “no” con prestancia y respeto, cualidades que enriquecen las interacciones profesionales y personales.
Hay muchas críticas profesionales a la calidad actual del Ballet Nacional de Cuba… ¿puede desentenderse el ballet de la caótica situación del país?
Prefiero no profundizar demasiado en la situación actual de Cuba, ya que mi conexión personal se limita a mis raíces, a mis recuerdos y a mi identidad vinculada a ese lugar. Sin embargo, no se puede negar que la calidad profesional en cualquier disciplina está profundamente influenciada por la calidad de vida de un país. El arte, como cualquier otra forma de expresión humana, refleja el entorno en el que se desarrolla. En mi caso, siempre he creído firmemente que el arte debe mantenerse separado de los asuntos políticos, ya que su verdadera esencia debería ser universal y libre de condicionamientos externos.
Sin embargo, la realidad es que vivimos en una sociedad en la que las artes están más politizadas que nunca, y esa mezcla entre arte y política ha sido, a veces, perjudicial. En el caso de mi país de origen, la política siempre ha jugado un papel crucial en la configuración de las artes y, particularmente, en el destino de la Compañía Nacional de Ballet. Esto ha sido, desde mi perspectiva, un desafío monumental que, por desgracia, parece difícil de superar.
La influencia política ha condicionado tanto la formación de los artistas como las oportunidades de expresión y desarrollo. Esta situación, a pesar de los obstáculos, sigue siendo parte de una lucha constante que no cambiará fácilmente, a menos que haya un cambio radical en el rumbo del país, algo que no parece viable a corto plazo.
Sin embargo, a pesar de todas las dificultades, algo esencial y constante ha permanecido: la calidad humana. Esa resiliencia, la capacidad de los artistas y las personas en general para mantenerse firmes, es lo que realmente puede generar una transformación profunda. La calidad humana sigue siendo la fuerza que impulsa el cambio, y es la clave para cualquier proceso de evolución y mejora en cualquier disciplina, incluso cuando las condiciones no son las más ideales.
Esta historia fue publicada originalmente el 2 de abril de 2025, 11:57 am. En el nuevo Herald.
https://www.elnuevoherald.com/entretenimiento/musica/article302997214.html